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“Perdamos el tempo. Dejemos de ser mártires del compás. Y violemos todos los versos. De nuevo verano y a gusto nos vuelven a dar otra oportunidad para cambiar el paso y vivirlo todo a menor velocidad.
Perdamos el tempo. Lo quieras o no, durante este período incluso las cosas más sólidas entran en medio líquido, se sumergen, se ralentizan, se vuelven aún más torpes y se mueven casi sin poderse desplazar. Y si eso ocurre con las cosas, imagínate con las personas.
Perdamos el tempo. Ya no hay que tomárselo como opción, sino como oportunidad. La oportunidad de que todo siga ocurriendo, pero ahora sin ninguna prisa, sin ningún criterio, sin ningún porqué. Nadie cierra nada que no se haya cerrado ya. Es tiempo de déjalo para septiembre. Que se maten. Hala, vámonos.
Lo grande del período estival no está en una playa abarrotada de olor a plástico y aftersun, en una montaña con hedor a excremento de vaca machorra o en un exótico país cuyos retretes algún día acabarán precintados por la OMS.
Lo grande de estas semanas está en lo que ocurre en tu interior: la invitación que te hace el calendario para frenar, mirarte y recapacitar. Aunque esto último sea sólo para los que quieren subir nota. Lo importante es ganar en lentitud para descubrir el espacio entre las cosas, ya que el espacio entre las cosas es lo que delimita su forma, sí, pero sobre todo, su dimensión. La dimensión de las cosas que aplazaste. Aquellas a las que diste tanta prioridad. Ponerse al día en lecturas pendientes. Pasar página, pensar. O aún mejor, dejar de hacerlo.
Perdamos el tempo. Pero ya. De vez en cuando es bueno sacar la foto de lo que estás viviendo. Más que bueno, necesario. Como sabe cualquier fotógrafo, si nunca jamás te detienes, es muy probable que las fotos te salgan movidas, que pierdan nitidez. Y si la foto no está definida, nunca sabrás a quién sigues reconociendo y quién se ha vuelto ya un extraño para ti. Así que ojo, que una buena foto también te expone a divorcios, separaciones, cambios de vida, de trabajo, de pareja, de país. Mudanzas físicas y emocionales que hacen su agosto a costa del tuyo.
Por eso, perdamos el tempo, sí. Aunque sólo sea para recordar la necesaria diferencia entre tiempo, cadencia, ritmo y compás.
Perdamos el tiempo. Dejemos que las ciudades vivan por unos días la ilusión de una población proporcionada a lo que pueden aportar. Que los semáforos sincronicen vacíos. Y que el asfalto, abierto como una herida, se ponga por fin al día, total, para quedarse peor de lo que estaba, pero donde está.
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